jueves, 29 de enero de 2015

El tinglado

COMENZÓ CON UN grano. Me lo reventé, pero al otro día (tener) tenía tres. Como no soporto los granos me los (reventar) revente también, pero al día siguiente ya eran diez. Y así continué mi labor de autodestrucción. En una semana mi cara (ser) era una cordillera de granos, minúsculos volcanes en podrida erupción. Los granos de los párpados no me (dejar) dejaban ver y los que tenía dentro de la nariz me (doler) dolía al respirar. Pero seguí reventándolos con minuciosa obsesión. No me di cuenta de que me habían saltado a los dedos y a las palmas de las manos hasta que (sentir) sentí ese dolor penetrante en las yemas. La infección se había esparcido por todo mi cuerpo y los granos crecían como hongos por mi espalda, las ingles y mi pubis. Si cerraba los brazos (reventarse) había reventado los granos de mis axilas. Un día no pude más. Me (mirar) mire al espejo por última vez y (dejar) deje sobre la mesa del comedor mi carné de identidad. Después me (perder) perdí en la laguna.

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